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Yo tengo la razón, estúpido


Las viejas declaraciones de Christopher Wylie, cerebro del Cambridge Analytica (CA), me han invitado a reflexionar sobre las características de las masas como público en la comunicación digital. En declaraciones al diario El País (España), reconoció que CA puso en marcha “la más eficaz maquinaria de cultivos de datos personales al servicio de la política”. Hablando de influencia sobre la opinión pública, dijo que hoy es posible “perfilar a la gente y explotar esa información” para “moldear narrativas que la gente compraría y que harían más fácil conectar” con determinadas posiciones.

¿Será que hoy es más fácil y efectiva la manipulación de las masas a través de las redes sociales? Con la llamada minería de datos, ¿se podrá revertir la pérdida de licencia social que la producción agropecuaria viene perdiendo por los efectos negativos de los agroquímicos en el ambiente? ¿Cuáles de esas características pueden ser útiles y deben ser tenidas en cuenta en un plan de comunicación digital con énfasis en bien público? ¿Es posible incidir en la creciente percepción racional de los riesgos de mal uso de agroquímicos?

En un primer momento, luego de leer a Virginia García Acosta[1], me había inclinado a pensar que la información y la razón ocupaban un rol central. Sin embargo, en un artículo que escribió para Desacatos, señaló que “la construcción social del riesgo” está marcada “por la falta de información y la omisión de contextos sociales en la definición de los símbolos que permitan identificar los riesgos mismos”. Bingo. Es fácil entonces conducir un debate sobre aqroquímicos.

Sin embargo, Alejandro Marchesán[2] sostiene que no podemos guiarnos por “un modelo de comunicación donde el mensaje y la información” nos tiene “atrapados en jugar el juego de la verdad y de la razón”. Agrega que “necesitamos un modelo de comunicación que aliente la socialización y no la disgregación”.


¿Es la comunicación digital la puerta de entrada para lograr ese clima? ¿Podemos evitar la construcción de murallas con ladrillos de razón entre personas, en lugar de puentes que nos lleven a lugares diferentes y edifiquen una relación adecuada entre la producción y el consumo, entre el campo y la ciudad?

Resulta interesante seguir el término de “comunidades virtuales” que acuñó Eggy Rheíngold[3] (1994). Destaca que potencian las “interacciones igualitarias” y que para la formación de la comunidad es necesario contar con objetivos o intereses comunes. Si sumamos los aportes de Ziva Kunda sobre que “preferimos que las noticias nos den la razón y en caso contrario ya nos encargamos de que los datos encajen en nuestros esquemas mentales”, por las redes sociales, el desafío es mayúsculo.


 

[1] Garcia Acosta, V. (2005) El riesgo como construcción social y la construcción social de los riesgos. Distrito Federal, México: Revista Desacatos, p. 13.

[2] Marchesán, A. (2006) Comunicación productiva. En la era de las relaciones. Buenos Aires, Argentina: Gran Aldea Editores, p. 91.

[3] Ortiz Boza, M. (2012) De la comunidad étnica a la comunidad virtual: breve revisión del concepto comunidad en tres de sus acepciones y teóricos: Villoro,Ander- Eggy Rheíngold. Viña del Mar, Chile: Cuadernos Interculturales, vol. 10, núm. 19, 2012, pp. 113-135


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