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Parecer, más que ser




Reconozco que el título puede ser muy provocador y a la vez bien sensato. Las relaciones con la prensa que construyen unos y otros llevan muchas veces a crear batallas silenciosas en las que se lucha por imágenes públicas construidas a base de manipulaciones. Son las caretas usadas en el teatro griego. Son maniobras como la protagonizada por la presidencia de EEUU en 1924[1].



Lo antedicho se refleja en la película Wag the Dog o La cortina de humo, protagonizada por Dustin Hoffman y Robert De Niro. Resulta que pocos días antes de unas elecciones, los oponentes políticos del Presidente de Estados Unidos sueltan la noticia del abuso sexual del jerarca contra una menor.


La estrategia para eludir el escándalo fue levantar una cortina de humo: “inventar” una guerra con Albania, transmitirla por televisión y así distraer al público norteamericano de un escándalo sexual que involucra al presidente. Ahí es donde comienza la manipu


lación política, utilizando los medios de comunicación como recursos políticos para influir en la decisión del electorado y así poder ganar unas elecciones.

La película de marras fue estrenada en 1997[2]. Eran tiempos en los que Macintosh se preparaba para atacar de nuevo después de atravesar una tormenta casi perfecta. Nadie en aquella época imaginaba que Apple sería el máximo referente en la innovación tecnológica de consumo en la siguiente década. En ese momento Google no existía, Facebook era un delirio y Amazon cumplía sus primeros tres añitos de vida.


Lo cierto es que bajo el paraguas de la necesidad de manipular información para proteger los intereses del Presidente, “Wag the dog” plantea la estrategia de contrarrestar una noticia falsa con otro invento, la guerra con Albania, sostenida en las imágenes de la televisión.


Dice Gabriela Vik que “sencillamente la película muestra una verdad que hoy en día vivimos. Cómo somos manipulados y cómo el sistema utiliza a la prensa y a los medios de comunicación para hacernos creer la información que ellos quieren que creamos. Para fines de ellos.”[3]


Efectivamente, la historia que refleja la película podría actualizarse tecnológicamente porque su base argumental está intacta. O peor. La manipulación de información que es posible hacer con facilidad, gracias a internet y las redes sociales, es hoy una moneda bastante corriente. Al igual que siempre, el objetivo es construir un imaginario social a partir de la manipulación de la opinión pública.


Como define Cornelius Castoriadis, se trata de una visión socio-histórica como un proceso de creación en que los sujetos inventan sus propios mundos. Esto parte de una percepción histórica de la producción social y se relaciona a los principios, valores y aspiraciones individuales[4]. Este concepto moderno se vincula directamente a Montaigne, creador en el siglo XVI del concepto de opinión pública[5].


Lo cierto es que Wag the Dog tiene ingredientes que se utilizan hoy para manipular a la opinión pública. Es de presumir que con el uso de medios digitales, el asesor presidencial Conrad Brean (Robert De Niro) hubiera podido viralizar la mentira de forma más rápida y notoria


. Resulta que la ficción dispone de lo necesario para viralizar: tiene que ver con emociones, no con la razón. Cuenta además con el aporte del cineasta Stanley Motss (Dustin Hoffman), responsable de aportar imágenes claves que facilitan la viralización de contenidos.


Con las herramientas tecnológicas disponibles hoy, sería mucho más barato construir la mentira. Una foto y el uso potente de redes sociales son insumos básicos. Sin embargo, habría que cambiar el argumento. Dado que hoy la participación ciudadana a través de las redes sociales en extremadamente potente, una guerra debiera ser fácilmente reconocible en el mismo terreno. Ergo, la mentira de una guerra en Albania se caería por su propio peso.


De todas formas, entiendo que en la génesis de la trama están puntos que hoy siguen siendo esenciales. Y Conrad Brean lo dice con todas las letras cuando el equipo de crisis empieza a manejar la próxima publicación del Washington Post con la denuncia por acoso sexual al Presidente. “Qué importa si es verdad”, dice ante la mirada atónita de sus colaboradores.


Esa es la lógica que debe manejarse hoy en el mundo de los bulos (fake news). Dado que se trata del efecto de la contaminación de información falsa que pululan en las redes sociales, debe asumirse que más que la verdad, hay sesgos cognitivos que operan en la mente de las personas. Como ha dicho la psicóloga israelí Ziva Kunda: “Existen pruebas considerables de que es más probable que las personas lleguen a las conclusiones a las que desean llegar”.[6]


Los sesgos cognitivos nos empujan a analizar más duramente los renuncios del grupo rival y a justificar los del nuestro, para no tener que poner en entredicho nuestro esquema de valores.





“Lo que estamos descubriendo es que la mentira es una dinámica social, y es en ese marco en el que se decide lo que es aceptable o no”, explica a Materia Dan Ariely, investigador de la Universidad de Duke y uno de los mayores expertos en los condicionantes psicológicos de las mentiras[7].

Más allá de las tecnologías y las dinámicas sociales, la película expone los desafíos de cualquier periodista. Como dijo una vez Howard Simons, coautor de la investigación en el caso Watergate: está en la naturaleza de los periodistas iluminar la oscuridad, más que reflejar la luz[8]. También lo hace la periodista española Monserrat Quesada, cuando afirmó que la función del periodista pasa por “desenmascarar las cortinas de humo, los globo-sonda y otras técnicas de intoxicación tan a menudo utilizadas por grupos políticos, económicos, gremiales o simplemente sindicales para servirse de los profesionales y de los periódicos”.


He dicho.




[1] En octubre de 1924, la Casa Blanca vivió un acontecimiento revolucionario: el presidente Calvin Coolidge invitó a desayunar a lo más vistoso del star-system del cine de la época. Esa convocatoria pionera, que fascinó a los periodistas, se hizo para combatir la imagen de “taciturno” que los votantes tenían de Coolidge, que se enfrentaba a la reelección en unas semanas. La idea fue de Edward Bernays, pionero de las relaciones públicas y sobrino de Sigmund Freud. Bernays había comprendido gracias al trabajo de su tío la decisiva influencia de determinados procesos psicológicos: hay emociones que calan en las masas mucho mejor que la información. Había probado que funcionaba para la publicidad consumista y también, por qué no, podía funcionar en los procesos electorales. Coolidge ganó. Y hoy sabemos que hay innumerables prejuicios instintivos, los llamados sesgos cognitivos, que nos influyen inconscientemente cuando procesamos información política. Recuperado de https://elpais.com/elpais/2016/12/14/ciencia/1481728914_575054.html






[5] Renó, D. y otros (1995). Medios y opinión pública. Colombia, Bogotá: Real Code, 284 pp.


[6] Recuperado de https://elpais.com/elpais/2016/12/14/ciencia/1481728914_575054.html


[7] Íbid


[8] Quesada, M. (1987). La investigación periodística: el caso español. España, Barcelona: Arieo Editorial, 198 pp.


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