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  • Juan Elhordoy

El momento es siempre ahora


Para muchos llegó el tiempo del descanso y del desenchufe, de fiestas y de siestas. Atrás debieran quedar apiñados los momentos de ansiedad, apegos y enojos que atormentaron durante el último año laboral. Adelante debiera estar la esperanza y la utopía que alimenta.


Lo cierto es que se fue un 2019 que fue testigo de reiteradas referencias y alusiones a la conciencia agropecuaria y a la conciencia ambiental. Por un lado y por el otro, actores de acá y allá hicieron referencia a “falta de conciencia” que “sufre” el país. Y para rematar, las clásicas apelaciones a los “problemas de comunicación” y a la necesidad de “informar mejor”.


Como principio tienen las cosas, sugiero abordar los orígenes del conocimiento sobre la conciencia. Así fue que me topé con Francis Crick, premio Nobel de Medicina (1962). Este codescubridor de la estructura helicoidal del ADN, encontró también la sede cerebral de la conciencia y esbozó la siguiente definición:


· Estado de vigilia en el que se desarrollan diferentes procesos, particularmente la percepción, la imagen y la atención.


Ya en el primer remanso de enero, golpeó mi puerta el ingeniero industrial y psicólogo, Enric Corbera. Este catalán destacado por su formación en Programación Neurolingüística, señala que la conciencia nos permite saber lo que está ocurriendo en la mente y la mente nos permite saber lo que está pasando en nuestros sentimientos y emociones, así como las sensaciones corporales[1].


Volviendo a Crick, corresponde preguntar si en Uruguay estamos frente a un problema de falta de conciencia agropecuaria o falta de conciencia ambiental. Más allá de las diferencias entre una cosa y la otra, la pregunta es pertinente y aleccionadora.


Si es cierto que el humano, salvo deshonrosas excepciones, vive en un estado de vigilia en el que siempre desarrolla la percepción, la imagen y la atención, debemos tomar conciencia de que siempre hay conciencia.

El asunto son los niveles. El mismo Corbera reconoce que hay personas que quedan bloqueadas en un nivel de conciencia muy tóxico, atrapadas en la ira, en la cólera, en la sinrazón. Por ejemplo: la intransigencia y el fanatismo que recae sobre cada uno de nosotros, es la proyección de un estado de conciencia[2].


Entonces, asumiendo que el nivel de conciencia puede aumentar, hay muchas cosas por hacer a través de la comprensión y el perdón[3]. Vale la pena trabajar en ello porque a medida que la conciencia aumenta, disminuye el miedo, crece la confianza, disminuye la angustia, baja la ansiedad y aumenta el bienestar social.


¿Hablamos de conciencia sobre la violencia de género?

[1] Corbera, E (2016). Yo soy Tú. La mente no dual. Buenos Aires, Argentina: Ediciones El Grano de Mostaza, p. 17.

[2] Ibid, p. 65.

[3] Ibid, p. 42.

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