“Quejarse demasiado crea mal ambiente, genera estrés y nos vuelve pasivos evitando que busquemos soluciones”, sostuvo Carmen Gómez-Cotta en una reciente columna escrita en la muy recomendable Ethic. Más acá o más allá de la realidad que toca vivir, como activo protagonista o como pasivo testigo, afirma que “no se trata de reprimir nuestro malestar sino de reformular la relación que tenemos”. Y aquí es donde me detengo a reflexionar sobre la comunicación y las relaciones humanas.
Importa como punto de partida saber en qué lugar estamos parados. O sea, ¿cómo es nuestro territorio y cuál es su verdadero valor? Por esto mismo, recomiendo decididamente leer “Ciudades Invisibles”, de Ítalo Calvino. Aquí el lector puede encontrarse con Marco Polo y una concepción simple y categórica de la comunicación: el que escucha sólo retiene las palabras que espera y por ende, lo que comanda el relato no es la voz, sino el oído.
Dicho de otro modo. Debemos superar esa mirada simplista de que comunicar eficazmente implica transmitir datos que se supone que son importantes para el otro. Hay que asumir que para la comunicación y para “poner en común”, hay que acercar. Hay que romper barreras. De lo contrario, no se puede. Y para romper barreras, primero hay que aceptar que existen, descubrir cuáles son y averiguar dónde están.
Este ejercicio implica viajar. Viajar en cuerpo, mente y alma. Ir al encuentro de otros mundos, donde hay caminos de nuevas experiencias. Viajes que comprenden diagnósticos. Voces sobre lo esencial, lo particular, lo singular, inherentes a procesos de comunicación que se producen en nuestro alrededor. Incluso, en nuestro interior. Sin querer o queriendo, examinamos signos y los reconocemos como síntomas para conocer lo que no está explícito.
En mi viaje tuve el honor de conocer y reconocer a Sandra Massoni[1]. Aprendí con ella que es necesario innovar la comunicación estratégica y entenderla como un espacio de convergencia; no de yuxtaposición. Entendí que es importante salir del corset de los mensajes y que es imprescindible abordar el espesor de la comunicación. Conocí que tenemos que dejar de pensar en sustantivos y comenzar a pensar en verbos.
En este último tiempo también he reconocido una palabra que contempla uno de los principales males de nuestra era y que explica actuales y graves problemas de comunicación: la sinécdoque. Para más luz, refiere a una figura retórica de pensamiento que consiste en asumir el nombre del todo por la parte o la parte por el todo. Ya no me animo a decir que como mi vecino tira la basura fuera del contenedor, todos los montevideanos son sucios ¿Está mal?
Está bien asumir la importancia y el rol que juega la abducción. Este término mencionado por Aristóteles, significa la creación de ideas, más allá de los procesos de inducción o deducción que sólo demuestran o prueban lo que ya se conoce. La abducción es un tercer tipo de razonamiento, es pensamiento libre, imaginativo, sensorial y creativo, donde la comprensión de quien investiga se pone en juego.
Parece que llega el tiempo de quejarse menos, generar menos estrés y volvernos más activos, confiados en que es posible buscar y encontrar soluciones para todos. Con la mochila al hombro, parece recomendable andar con papel y lápiz para dibujar un croquis, comprendiendo la noción de territorio, tiempo, relaciones humanas; descubriendo mínimamente cada uno de los puntos, el paisaje invisible que condiciona lo visible.
[1] Doctora por la Universidad de Buenos Aires y Licenciado en Comunicación Social por la Universidad de Rosario (Argentina).
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